Ernesto Pérez Vera
En abril de 2012 publiqué un artículo que trataba la sempiterna polémica del sí o no a que los agentes convencionales (patrulleros) portasen armas largas durante prestación de sus servicios. El tema, aunque no lo aparente, tiene migas. Tanto dentro como fuera de la comunidad policial hay detractores de tal medida. Pero también, aunque en menor proporción, existen personas que consideran que sí, que los funcionarios encargados de hacer cumplir la ley siempre deberían llevar consigo armas largas de apoyo o por lo menos contar con esta posibilidad.
Aquel artículo exponía qué tipo de armas podrían ser más o menos conveniente ser llevadas en los porta maletas de los coches patrulla. Aunque a decir verdad, el maletero podría quedar demasiado a desmano ante según qué contingencias, por lo que contar con el armamento de apoyo en el habitáculo delantero de los vehículos se presenta como una gran ventaja. La tendencia nacional más extendida, o al menos así ha sido durante las dos últimas décadas, es que los cuerpos que cuentan con armas largas en sus plantillas y unidades convencionales han ido desterrando los fusiles de asalto y subfusiles en favor de las escopetas del calibre 12. Mientras estas son las que mayoritariamente salen a la calle para realizar registros judiciales o Dispositivos Estáticos de Control (DEC o controles de carretera), subfusiles y fusiles de asalto están quedando discriminados en sus armeros. Esto, en realidad, no es una cosa totalmente cierta pero sí generalizada en la mayoría de las fuerzas de seguridad. A esta propensión tal vez escape un poco la Guardia Civil (GC), cuerpo en el que no abundan tanto las armas largas de ánima lisa.
“Contar con el armamento de apoyo en el habitáculo delantero de los vehículos policiales se presenta como una gran ventaja”
Aun sabiendo que algunos lectores no lo verán así (o no lo querrán decir en voz alta), me tiro a decir que pese a que los cuerpos estatales y autonómicos cuentan con amplios arsenales de armas largas, los agentes convencionales no siempre tienen la posibilidad de salir a patrullar con ellas. Sí lo hacen unidades concretas de apoyo y control de masas, las cuales suelen llevar en sus vehículos algunas escopetas, fusiles de asalto y/o subfusiles. Pero estos párrafos están paridos en clara alusión a los componentes de otras unidades, a los funcionarios que siendo convencionales como los anteriormente referidos no siempre pueden decidir por sí mismos si meter una escopeta o un subfusil en el coche. Sé que hay zonas, cuarteles, comisarías, etc., en las que según quién ejerza el mando sí se permite tirar de armas de apoyo para el patrullaje ‘rutinario’. Pero en otras no solamente está prohibido sino que se somete a mofa pública a los policías que reclaman dicho material.
Hace pocos días un compañero me confesaba que aunque sus jefes le permiten llevar consigo una escopeta del 12 durante el servicio, únicamente le dan acceso a cartuchos de proyección (salvas o fogueo), botes de humo y pelotas de goma, quedando guardada bajo llave la cartuchería de fuego real. Lo más lamentable de esta situación es que quien tiene en su poder la llave del cuarto en el que están depositados los cartuchos nunca está de servicio en la calle, sino que trabaja de ocho de la mañana a dos y media de la tarde. Esto me recuerda a los chistes del gran maestro Gila, donde los cañones no tenían agujeros y los enemigos pactaban las emboscadas. Este policía, que tiene el bigote renegrido del humo de las batallas libradas en los años ochenta en el Madrid de los mil y un atracos, lleva consigo sus propios cartuchos de posta. Son suyos, sí, pero idénticos a los reglamentarios en el Cuerpo.
Visto lo anterior, sabemos que algunos policías de los que patrullan nuestras calles portan o pueden portar armas más potentes que las de puño o cinto. Pero, de los aproximadamente setenta y tantos mil guardias civiles existentes, setenta mil integrantes del Cuerpo Nacional de Policía (CNP), quince mil mossos d’esquadra, ocho mil ertzainas, mil agentes forales de Navarra y casi cien agentes autonómicos canarios, ¿cuántos están destinados a labores convencionales de seguridad y atención ciudadana? La mayoría, diría yo. Pero de todos estos, ¿cuántos policías disfrutarán de la posibilidad de reforzarse diariamente, motu proprio, con estos medios? Pocos, muy pocos, diría yo también.
Sí, efectivamente, en el párrafo anterior no se menciona a los funcionarios dependientes de las corporaciones locales. La cifra de personas que conforman los más o menos mil setecientos cuerpos municipales españoles no es baladí: unas setenta mil. ¿Qué pasa con estos policías y con sus inexistentes armas largas? Si bien es cierto que hay varios cuerpos locales dotados de estas armas, la cifra es irrisoria. No sé, podría haber cinco, diez o quince cuerpos con escopetas. Esto no es nada frente a los ya referidos mil setecientos. Otra cosa, si en los cuerpos estatales el entrenamiento con este material es escaso o nulo de cara al policía normal y corriente que patea las calles, en las instituciones locales no sucede cosa distinta. Es más, el complejo de muchos jefes municipales hace que se oculte a la propia plantilla la existencia de armas largas, por lo que a veces solo unos cuantos funcionarios saben usarlas aunque no las usen ni entrenen con ellas.
¿Entrenan adecuadamente con sus armas cortas todos nuestros agentes de la autoridad? No, la respuesta que categórica y enérgicamente yo ofrezco es que no.
El debate no es si todos los policías deben tener acceso a una escopeta u otro tipo de arma larga. Doy por sentado que el sentido común anida en la mayoría, otorgando el sí. El debate es, ¿entrenan adecuadamente con sus armas cortas todos nuestros agentes de la autoridad? No, la respuesta que categórica y enérgicamente yo ofrezco es que no. No me sirve que algunos policías sí estén adiestrados de modo abúndate y a veces incluso bajo criterios realistas y eficaces, porque casualmente no suelen ser estos agentes los que se afrentan a diario a situaciones hostiles que requieren del uso del arma. Por cierto, utilizar el arma no solo es dispararla, también es desenfundarla conminatoria y preventivamente de modo seguro y eficaz. Algún lector tal vez crea que ir tres o cuatro veces al año a la galería de tiro para disparar cien cartuchos es suficiente, porque al fin y al cabo así lo establece la norma dictada por la superioridad. Pero no, no solo no es bastante sino que además es ridículo. Es de chiste el consumo de munición, pero más aún lo es la forma en que se desarrollan los ejercicios de tiro (existen escasas y honrosas excepciones, normalmente en cuerpos locales y en las otras fuerzas cuando algunos instructores puentean los programas reglamentariamente establecidos).
Las posibilidades de éxito aumentan con un arma larga.
Los dramáticos sucesos acaecidos en Paris durante la segunda semana de 2015 están encendiendo lucecitas incluso en muchas cabezas vacías. La fiebre de ir armado en horarios ajenos a los turnos de trabajo está removiendo, en el seno del gremio, el mercado de las armas cortas particulares. Muchos de los que antes se reían de quienes siempre iban armados están buscando ahora pistolas y revólveres baratos. Con los chalecos balísticos ocurre lo mismo, la búsqueda de ofertas se inició tras el fallecimiento de una agente del CNP a finales de 2013 (atraco de Vigo) y continúa tras los atentados terroristas llevados a cabo en tierras galas.
Pero es que con las armas largas estamos igual: algunos policías locales con influencia en sus plantillas están agitando las conciencias de los responsables de Tiro y Armamento para que se inicien los pasos oportunos en aras de adquirir escopetas. Si bien es cierto que existe desventaja en el curso de un enfrentamiento policial pistola en mano frente a un terrorista o atracador provisto de un fusil o similar, la posibilidad de que la balanza se incline a favor de la Policía existe. Se puede lograr con mentalización, concienciación, entrenamiento y algo suerte. En España tenemos ejemplos de ello. Pero sin duda, también es verdad que con el apoyo de un arma de mayor potencia de tiro se aumentan las posibilidades de éxito.
El problema es de concepto. Falta concienciación y mentalización. Urge la sustitución de muchísimos instructores. Sobran jefes que no se sienten policías. Necesitamos más policías que crean en lo que representan. La toma de decisiones para que todo esto cambie pasa por los políticos, quienes están asesorados (a veces con susurros al oído) por la jerarquía policial, donde demasiados individuos únicamente piensan en sus carreras de ascenso y en ‘nepotear’. Hay que empezar a tomarse las cosas en serio de una vez por todas.
Texto: Ernesto Pérez Vera
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